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El
compositor y cantante español, Joaquín Sabina, quien también fue amigo íntimo
de Chavela Vargas, escribió una carta tras enterarse del fallecimiento de “La Chamana”,
su amiga, a la que ha llorado.
A
continuación la misiva emotiva publicada en el diario El País:
"Andaba dibujando en un cuadernito, una
costumbre que recién adquirí, cuando vi por la televisión, encendida sin
sonido, la imagen de Chavela. Di voz al aparato. Se nos fue, escuché. Y me
cogió un llanto irreparable. Lo que nunca me había sucedido. Siempre me culpé
por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció
el desconsuelo. Yo nunca me tomé copas con mis ídolos: Bob Dylan, Leonard Cohen
o Brassens. Y sí, con Chavela, con la que he cantado, nos hemos abrazado y
reído hasta hartarnos. Todas esas veces cuentan y contarán siempre entre las
más grandes cosas que me han sucedido en la vida.
Será difícil, por ejemplo, olvidar cómo la
conocí. Fue una noche de hace unos veinte años, en Madrid, en la sala Morasol.
Dijo: “Yo vivo en el bulevar de los sueños rotos”. Y yo tuve que escribirle una
canción con esa frase. Ya se había recuperado de su alcoholismo. Calculaba que
había bebido algo así como 1,8 millones de botellas de tequila y solía decirme
cuando me veía beberlo a mí: “Joaquín, ese tequila tuyo es muy malo; el bueno
de verdad ya nos lo bebimos José Alfredo Jiménez y yo”. Al conocer la triste
noticia, que todos veníamos anticipando, he sentido la necesidad de bajar al
bar a tomar uno a su salud, aunque el brebaje sin ella siempre será de los
malos.
Aquella primera vez, pedí a Pedro
Almodóvar que nos presentara. Al acercarme, escuché cómo él le contaba quién
era yo, pues Chavela no tenía la menor idea. “La admiro desde niño”, le dije.
“Yo también le admiro mucho a usted”, contestó. Ante la mentira, exclamé. “Vete
a la mierda”. Nos fundimos en un largo abrazo que nunca aflojamos hasta ayer mismo,
incluso aunque no pudiéramos vernos en su última visita a España, un viaje que
quizá no debió hacer, pues no estaba en condiciones. Entonces, yo estaba de
gira y a ella la ingresaron en un hospital.
Con su desaparición, se pierde una manera
de cantar llorando, un quejío inigualable, una expresividad fuera de lo común.
Unos cojones y unos ovarios nunca vistos en la música popular desde la muerte
de Roberto Goyeneche. Ella no vendía una voz, vendía un estilo. Era una maestra
en perder la primera al tiempo que ganaba lo segundo. Algo en lo que yo, sin
duda, tengo mucho que aprender. En estos momentos de pérdida me digo, como en
la canción: ¡Quién pudiera reír como llora Chavela! Y recuerdo estas palabras
de Almodóvar: “Desde Jesucristo, nadie ha abierto los brazos como ella”.
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